No tengo nada contra el pádel.
De verdad. En serio.
Solo no me agrada y es mi derecho.
Entonces, escribo esta columna para argumentar por qué no me gusta ese deporte, tan de moda en estos días.
El ornitorrinco es un animal muy particular.
En el pico y patas se asemeja a un pato, en tanto en el cuerpo y cola podría parecerse a un castor, a grandes rasgos.
De acuerdo a esa descripción, es posible afirmar que se trata de un animal hecho de partes de otras bestias, que no tiene nada propio, lo que explica su inconfundible apariencia poco armónica.
Con el pádel sucede algo parecido.
Los implementos utilizados para impactar la pelota, resultan similares a las paletas de playa.
La bola y la red, por su parte, se asemejan a las empleadas en el tenis.
El uso de las paredes, es parecido al del squash y racquetball.
Por lo tanto, el pádel constituye una suerte de collage, un deporte nacido de la unión -a mi juicio poco armónica- de partes de otras disciplinas.
Por eso no me agrada.
Muchos me dicen que mi problema es que soy purista.
Puede ser. Lo acepto y es mi derecho.
El mismo derecho que tienen de practicar el deporte que les venga en gana, los miles de amantes del pádel que hoy colman las canchas de todo el país.
Al margen de mi opinión, lo importante de verdad es que la gente realice alguna actividad física.
Y aunque lo hagan jugando pádel, eso me hace feliz.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com
