“No me hables tanto”, le dijo un jugador a su entrenador en un torneo ATP, cuando el coach le dio varias instrucciones en un momento delicado del partido.
A mi gusto era el momento de hablar, porque el jugador estaba lejos de encontrarle la vuelta al partido.
Por el contrario, no se lo veía cómodo ante el planteamiento táctico de su adversario, lo que lo hacía alternar aciertos y errores.
Curiosamente, cuando más ayuda necesitaba el jugador, menos quería escuchar.
Por su experiencia, el entrenador sabía lo que requería el momento del partido, y esa instancia particular no exigía precisamente su silencio, sino que expresara su sabiduría para sacar del pozo a su pupilo.
La cuenta del partido era la prueba fehaciente de aquello.
“No me hables tanto”, le dijo el jugador a su coach, en un momento crucial del encuentro.
Tras escuchar el mensaje del tenista, el entrenador respiró hondo, sonrió y le siguió hablando todo lo que le dio la gana, como si nada.
No se inmutó, ni se midió en sus palabras.
Creo que cada entrenador debe ser como es.
Pienso que cada jugador tiene que ser como es.
Yo no creo que el coach debe adaptarse siempre al jugador. Me parece que la adaptación se encuentra sobrevalorada. Yo, más bien, soy partidario de la autenticidad.
Tanta adaptación del entrenador hacia el jugador y viceversa, provoca a mi juicio un vínculo poco auténtico.
Y por lo tanto, frágil.
Mejor que el coach y el tenista sean como son, y prueben si de esa forma pueden trabajar juntos.
Sin máscaras, siendo cien por ciento verdaderos.
Lo peor que puede pasar es que decidan separar caminos, y tomar rumbos diferentes.
Pero ninguno habrá traicionado al otro, ni se habrá traicionado a sí mismo, queriendo parecer lo que no es.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com
