Cuando su rendimiento es bajo o pierden, existen jugadores que se desquitan con su raqueta. La hacen volar de un lado a otro, la tiran a la reja o la golpean contra el piso y, en algunos casos, hasta la quiebran.
Si meditaran al respecto, se darían cuenta que la raqueta es su cómplice, no su enemigo. Por lo tanto, no hay que maltratarla.
No hace nada que el jugador no le haya ordenado. La raqueta es la extensión de la mano del tenista. Así de importante es.
Se trata del implemento de transmisión de energía, mediante el cual su juego se va a plasmar en la cancha. En consecuencia, el deportista se expresa a través de su raqueta.
Hoy, la raqueta es el equivalente a la espada con la que los caballeros se batían a duelo, en la antigüedad. Por lo tanto, para cualquier amante del tenis constituye una obligación apreciarla, cuidarla, respetarla y honrarla.
Las derrotas nunca son causadas por la raqueta. Así que las culpas tienen que buscarse en otra parte. Pero entiendo que a nadie le gusta saborear el amargo gusto de perder, que produce frustración.
Ahora bien, ¿te has preguntado alguna vez, qué ganas cuando pierdes?
De partida, ganas experiencia y humildad, así que agradéceles a tus fracasos dentro de la cancha, pues te convierten en una mejor persona. Pero junto a eso, te haces merecedor del respeto, y tal vez la amistad, de tu adversario al ser un oponente correcto, educado y difícil de vencer.
Las derrotas también te hacen desarrollar la resiliencia y la disciplina, porque te revelan que lo que estás haciendo no resulta suficiente. Cada vez que pierdes, la vida te está dando una oportunidad para que te adaptes, e intentes hacer las cosas de una forma distinta.
Atesora y celebra tus triunfos, pero ten en cuenta que no constituyen lo único valioso. También aprecia lo que te dejan las derrotas.
El triunfo y la derrota son dos caras de la misma moneda, necesarias para vivir en equilibrio.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com
