Para mí, incluso al más alto nivel, existen jugadores de tenis que pertenecen a la familia de los leñadores, o picapiedras.
Son esos tenistas que son puro trabajo, esfuerzo y sudor en la cancha.
Su juego no encanta, ni su personalidad tampoco seduce.
Son excelentes jugadores, efectivos, casi no fallan, pero no son artistas, no conmueven, no cautivan, no llegan al corazón de quien los observa, son insípidos, insulsos, sosos.
Son leñadores, picapiedras, obreros sacrificados, que se ponen el overol, toman una pala, o una picota, y a trabajar.
Para mí, en el otro lado de esta medalla se encuentra el francés Corentin Moutet.
Está lejos de ser un leñador, o un picapiedra.
Moutet cambia constantemente velocidades y trayectorias de pelota, entra a volear, usa el slice (en ocasiones, incluso con su derecho), hace drops shots y hasta saca por abajo, de vez en cuando.
Es el único jugador con el que de verdad he disfrutado en el Chile Open, torneo al que asistí a la clasificación y las dos primeras jornadas del cuadro final.
El otro tenista que me merece mis elogios es Hugo Dellien, aunque por distintos motivos. Este boliviano capturó mi atención, porque parece dejar la vida en cada pelota que golpea.
Y esa pasión no pasa desapercibida, y se agradece.
¿Tiene mérito ser un leñador?
Por supuesto. Muchísimo. Indiscutiblemente, son grandes jugadores.
A lo mejor, el galo Corentin Moutet gana menos partidos que los picapiedras.
Pero da espectáculo, y no se ha olvidado que el tenis es un juego.
Se divierte en la cancha aunque haya mucho en disputa, desplegando un tenis vistoso que a mí, al menos, me alegra el alma.
Y eso me hace pagar con gusto mi entrada.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com
