Veo con frecuencia en los torneos para juniors, que los jugadores se gritan los puntos en la cara, cuando los ganan producto de un error del rival, y no por un buen tiro suyo.
Celebran alborozados, alentándose sin ningún recato, empuñando la mano, como si los errores no forzados del adversario fueran por mérito propio.
Por algo se llaman errores no forzados: justamente porque el oponente no es el causante de esa equivocación.
Entonces, si se entiende bien el juego y el fair play, el festejo está fuera de lugar.
Cuando un tenista le grita un error no forzado en la cara a su adversario, el encuentro se transforma en un festival de alaridos, ya que el contrincante cae en lo mismo para no dejarse pasar a llevar, demostrar debilidad, ni quedarse atrás.
Como consecuencia, el partido se carga de una agresividad innecesaria y el tenis pasa a un segundo plano, pues el encuentro se transforma en una competencia por quién grita más fuerte cada vez que gana un punto, sin importar si le cabe mérito o no en esa acción.
Otra situación que me preocupa, se vincula con que los jugadores juveniles llaman al árbitro de forma reiterada, durante sus partidos.
Al menor problema, solicitan la concurrencia de los jueces.
Y eso habla a las claras que no saben resolver los conflictos entre ellos, llegar a acuerdos y que reina la desconfianza.
Es el reflejo de lo que estamos viviendo como sociedad, que está cada vez más polarizada e individualista, lo que dificulta alcanzar consensos.
El que los tenistas juveniles se griten en la cara los errores no forzados, y que llamen al árbitro de manera constante, parece algo normal, ya que se ve a menudo.
Tanto, que nos hemos acostumbrado a eso y ya no nos sorprende, ni nadie dice nada cuando ocurre.
Pero en verdad, no es normal.
Y es tarea de todos nosotros hacer que eso cambie, por el bien de los jugadores.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com
