Existe consenso en que para competir con éxito en el tenis, se debe contar con una excelente técnica y estado físico, junto a un amplio bagaje táctico y un alto grado de fortaleza mental.
Por lo tanto, la mayoría de los tenistas y entrenadores se aboca a trabajar de manera minuciosa esos cuatro aspectos.
Sin embargo, también hay otras aristas menos evidentes en las que enfocarse, que yo llamo intangibles.
Uno de esos ámbitos es la “presencia” que proyecta el jugador de tenis, en la cancha.
Para mí, tiene “presencia” en la cancha, el jugador que actúa con seguridad, pero sin prepotencia.
Se impone por “presencia” quien irradia confianza, pero no soberbia.
Tiene “presencia” el jugador que controla sus emociones, durante los momentos complicados del partido.
Hace sentir su “presencia”, o deja su impronta, el tenista que es amable, educado y caballero.
Derrocha “presencia” quien se comporta con dignidad o sin perder la compostura, tras experimentar una dura derrota.
Marca “presencia” o imprime su estampa el tenista muy respetuoso, pero que tiene la facultad de hacer que el oponente intuya que también sabe hacerse respetar, cuando la situación lo amerita.
Tener “presencia”, o prestancia, no se relaciona con realizar actos deliberados que busquen intimidar o amedrentar al contrincante, sino con lo que el adversario siente, percibe, al vernos al otro lado de la red, de acuerdo a nuestro lenguaje corporal, comportamiento y la energía que irradiamos.
Impone su “presencia,” entonces, el jugador que posee una serie de atributos con los que consigue que el adversario lo respete, quiéralo o no, como persona y tenista.
Algunos tenistas nacen con esa “presencia”, estampa o prestancia.
Esos son los elegidos.
Pero como casi todo en la vida, es algo que en mayor o menor medida, también se puede trabajar.
Y, por lo tanto, mejorar.
Arturo Núñez del Prado / Periodista/ Profesor de tenis/ arturondp@gmail.com