Un jugador siempre se encuentra inmerso en un proceso.
Y un proceso requiere tiempo. Así que los amantes de lo inmediato se frustrarán con el tenis, por lo que es mejor que elijan un deporte menos exigente.
De niño, el jugador está en proceso de aprender la técnica de los golpes, y disfrutar.
Más adelante, el proceso continúa con aprender a competir, ganar y perder.
Luego viene el descubrir cómo mantenerse triunfando.
Posteriormente, cuando el jugador sube de categoría y la exigencia resulta mayor, el proceso parece comenzar de cero de nuevo.
Debe aprender a vencer otra vez a ese nivel, y saber cómo obtener buenos resultados de forma sostenida.
Cada vez que alcanza una meta, para el tenista empieza un nuevo proceso.
Por lo tanto, el jugador se encuentra, eternamente, en un proceso de adaptación, transformación y consolidación dentro de la cancha.
El cambio de entrenador; recuperarse de una lesión; modificaciones técnicas; aprendizajes tácticos, o el desarrollo de la concentración constituyen otros procesos complejos que requieren un plazo que hay que respetar.
Lo mismo corre cuando un tenista profesional se retira. Eso implica una alta dificultad, ya que tiene que adecuarse a una nueva vida, proceso que toma tiempo.
Pienso que todo proceso consta de las siguientes etapas: aprendizaje, desarrollo, consolidación y resultados. Ninguna fase es más importante que la otra, por lo que no hay que saltarse ninguna, pues una es requisito para la venidera.
Aunque alcance sus objetivos, el tenista nunca deja de evolucionar, ni llega a un destino final, sino que a puertos intermedios, de los que debe zarpar y seguir su viaje, si desea continuar progresando y no estancarse.
Los procesos moldean al jugador hasta pulirlo de manera precisa, pero jamás perfecta, por lo que siempre se halla un aprendizaje continuo.
Lo único permanente es el cambio, afirman quienes saben. Y eso lo podemos comprobar no solo como tenistas, sino que también en la vida misma.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com
