Me gustan los jugadores de tenis que hacen ver fácil lo difícil.
Pero son pocos, escasos.
Por el contrario, los tenistas que hacen ver difícil lo fácil, abundan.
Está lleno de los que realizan alardes o aspavientos innecesarios. Por ejemplo, gritar como si se les desgarrara el alma, incluso cuando tiran un drop shot.
Para ellos no existe ninguna diferencia entre el esfuerzo que demanda una pelota que les llega a la mano, y otra que deben devolver estando contra la reja lateral de la cancha.
Desde su punto de vista el desgaste, y por lo tanto el grito, es el mismo en uno u otro caso, lo que obviamente resulta más que discutible.
Sobran jugadores convencidos que todos los puntos son claves, incluso el primero del partido, algo por entero irreal. Entonces, empuñan la mano, se alientan y celebran con estridencia cada vez que ganan uno, desde el principio, lo que se vuelve insufrible.
Esa exageración me agota.
Me sucede algo similar con los arqueros que vuelan en cada pelota que les llega, por mansa que sea. Se ven ridículos revolcándose en el césped, ante un tiro que pudieron contener sin siquiera despeinarse.
Como mencioné, está lleno de jugadores de tenis, que hacen ver difícil lo fácil.
Y reitero que los que admiro son otros: quienes hacen ver fácil lo difícil.
El tema pasa por no dejarse engañar, no obnubilarse ante las apariencias y ser certero al clasificar a los jugadores en estas dos categorías.
No es mejor el tenista que hace más ruido. Un tarro con una piedra suena bastante más que uno con contenido, lleno por completo de lo mismo.
No me gusta la pirotecnia.
Me inclino más por lo auténtico, lo verdadero, el recato.
Prefiero la sobriedad.
Conducta que, lamentablemente, se encuentra en franca retirada en la actualidad en todos los ámbitos.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com
